miércoles, 14 de agosto de 2019

No me volví débil después de todo.

Tristeza.
De esas de las que inundan el corazón, las entrañas, el estómago y porqué no, cada poro de la piel y parte del alma.

Tristeza.
De esa de la que te ves incapaz de salir,
de la que arrasa todo a su paso.

Tristeza.
De las de sentir unas irremediables ganas de llorar y reventarse a la vez por no hacerlo.

Tristeza.
De la que inunda.
De la que destroza.
De la que te convierte en lo que realmente no eres.

Tristeza.
De la que duele.
De la que es por dentro y no hace ruido.
Pero se siente.

Tristeza.
De la que sonríes sólo por fingir.
De la que te piensas que realmente nunca podrás salir.

Tristeza.
Pero se sale.
Cueste más,
cueste menos.
Duela más,
duela menos.
Se sale.
Y ya esta.
Y que ocurra lo que tenga que ocurrir.
De peores cosas se sale.
De peores personas, también.

"Dejé que el odio inundará cada parte de mí misma, mientras las gotas de lluvia ya no significaban nada, ya solo corrían por mi rostro.
No me volví débil después de todo, al contrario, me convertí en un perro rabioso en busca de algo de carne, en busca de esas personas que no les importa nada más que ellos".