jueves, 30 de abril de 2020

Para cuentos, el mío.

Una vez más el cuento de hadas se te atraganta en la garganta.
No era un había una vez, ni un príncipe, ni una princesa esperando a ser rescatada.
No era eso.
Tampoco era un vivieron felices y comieron perdices.
Pero sí que era un cuento.
Un absurdo y bonito cuento que solo me creí yo.

He leído el cuento completo.
La trama era buena, tenía algo que enganchaba.
No todo era bonito, al fin y al cabo en las mejores historias pasa lo mismo.
No puede ser todo perfecto sin más, la historia tiene que engancharte y a mí me enganchó.
Cuando acabas de leer tu libro favorito, tu cuento, tu novela...
cuando acabas a veces sientes tristeza, otras alegría y otras sentimientos encontrados.

Con nuestra historia fue extraño.
Acabé de leerlo, porque siempre me obligo a terminar de leer lo que empiezo,
me cuesta mucho dejar un libro a medias, así que lo acabé.

No fue tristeza, no fue alegría, no fueron sentimientos encontrados.
Simplemente cerré el libro con un portazo imaginario.
Y supe que era hora de recuperar la vida que dejé por alguien que no dejó nada por mi.

El final de esa historia fue orgullo.
Amor propio.
Algo que ya no recordaba y, joder, yo siempre he sido de quererme a mí misma más que a nadie.
Fue decepcionante saber que en ese cuento, en esa historia la que se había perdido era yo misma.

Ahora hay un nuevo cuento, uno totalmente diferente, en la primera página ya salgo espada en mano,
fumando un cigarrillo cuyo fuego me ofrece el dragón más salvaje y libre que he visto en mi vida.
El dragón tiene unos preciosos ojos verdes como los míos, también está harto de tanto cuento y de que siempre lo pongan de malo.

Os adelanto que nos llevamos bien, ambos nos hacemos reír, ya nunca tengo frío gracias a su fuego.
Es tan salvaje y tan libre... que no sé como siempre intentan destruirlo.

Este cuento sin duda acabará bien. El dragón no me corta las alas, en cambio me deja volar con las suyas.

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